La primera vez que vi nevar

Febrero ha llegado más frío que nunca. Ya estoy quince días aquí y los días invernales pasan oscuros y rutinarios. Ni siquiera la novedad de estar en Europa por primera vez me trae algo de ilusión. La ropa «abrigadora» que he traído de Perú no me protege bien del frío y las botas de mi único par se han roto. En resumen, no puedo esperar a que llegue la primavera, pero hoy pasó algo que me ha devuelto la sonrisa.

A eso de las cinco de la tarde salí a buscar un lugar donde imprimieran porque necesitaba en físico algunos materiales de la maestría. Después de dar muchas vueltas en calles desconocidas, finalmente encontré un lugar donde imprimían.

Con mis impresiones en la mano, y un hueco en mi presupuesto semanal, abrí la puerta para salir del pequeño local. Sentí el aire helado en la cara y vi una escena completamente inesperada: la nieve caía lenta y silenciosamente.

Mientras caminaba por la calle mi asombro iba en aumento. ¡Era la primera vez que veía nevar! ¡Qué bellos me parecían los copos de nieve! ¡Eran tan pequeños! Vi por primera vez el viento que jugaba en cada esquina formando pequeños remolinos, mientras que en las calles más amplias formaba corrientes anchas y ondulantes de miles de copos de nieve.

El fenómeno me acompañó todo el camino de regreso a la casa. Al cerrar la reja de la casa, levanté la vista y vi el parque del frente cubierto por un manto blanco. Los troncos grises de los árboles con nieve en las ramas le daban a la escena un toque fantasmagórico pero muy interesante.

Salí nuevamente. Crucé la calle y contemplé el paisaje. Me encantó. Tomé varias fotos con mi pequeña cámara Fuji. ¡Estaba tan contenta! Por un momento olvidé todo y me sentí feliz de estar donde estaba.